CARCOMA: LOS ÁNGELES SON LOS FANTASMAS

Por Rodrigo Villegas

(Texto publicado en el periódico Opinión dentro del suplemento La Ramona Cultural)

Una casa es un hogar, y un hogar es una historia de venganza

Una casa es un hogar (que no es lo mismo), aunque nos duela. Una casa son paredes que guardan la historia de los que nos antecedieron, de los que nacieron antes que nosotros y ahora son fantasmas que nos miran desde otra parte, pero dentro de la misma casa, entre las paredes. Una casa también es una cuna, la que aguarda a los que llegarán, tal vez incluso cuando nosotros ya no estemos ahí pero hayamos dejado nuestras huellas en el piso, en el techo. Nuestro espíritu. Porque una casa siempre será el principio y el final de algo. Más aún si está repleta de fantasmas, ángeles, santos y demonios que nos esperan en nuestras idas y venidas. Porque del hogar y la familia, aunque lo queramos con todo nuestro ser, no podremos escapar del todo jamás.

Carcoma explora mucho de eso, las interioridades de una casa maldita/bendita, una casa que es un personaje más y que clama venganza, que aporta a ella, la que buscan sus integrantes, que son cuatro mujeres separadas por el tiempo pero unidas en la sangre. Carcoma es una historia que reúne a esas abuelas y nietas, madres e hijas, para decirnos que una familia, al final de cuentas, es una unidad. Una búsqueda. En este caso, la retribución.

La autora de esta poderosa novela es Layla Martínez (Madrid, 1987), escritora europea que reedita y publica El Cuervo.

Una novela decididamente política

Carcoma es una novela sumamente política. Y a qué me refiero con esto: a que la novela está (por supuesto no en su totalidad, eso sería abstraerla demasiado) contaminada con un discurso poderoso y directo: la lucha de clases.

En la página 55 se lee: “A la gente como nosotras no la quieren en la capital para estudiar, sino para servir”. En la novela se encuentran varias afirmaciones similares, contextualizadas y sujetas al argumento principal de la historia: una abuela y nieta que ejercen la venganza contra una familia de abolengo que siempre las trató mal, que por décadas ejercieron como los esclavistas, los dueños, los que albergan el dinero. Y por lo tanto la mirada, la del blanco, la del que nació en la comodidad. En Carcoma el único método de “igualar” ambas familias es a través de la tragedia, aunque, y eso se nota ya por el final de la novela, el dolor de los pobres siempre será más fuerte que el de los que tienen dinero. Siempre.

La guerra como memoria

Refuerzo acá la idea de que Carcoma es una novela política debido a su inmersión en la Guerra Civil española y la posguerra, aquellos casi 50 años de dictadura de Franco en la que los desaparecidos y muertos se contaban por miles conforme pasaban los lustros. Porque así nace aquel armario, que será un personaje más de esta historia, aquella pared en la que la más anciana de todas, la que queda nombrada al final de cuentas como la bisabuela, se valió de la guerra y de la cobardía de su marido para concluir con la violencia que aquel hombre ejercía en ella. Sí, la venganza como pilar. Como justicia.

También podemos ver aquella casa, la de las mujeres, como una parábola de la España de aquellos años, repleta de las voces fantasmales de los asesinados por el Generalísimo y su gente, almas en pena que recorren las paredes de su casa, España, esperando algo que ni ellas mismas saben.

Matriarcado

Otra mirada inevitable a Carcoma es la de las mujeres, las protagonistas de la novela. Porque los hombres son solo figuras de paso, no hablan, no tienen un solo capítulo para ellos en esta historia. Sí ellas, las que al principio desguarnecidas pero, una vez tomada consciencia de su poder, ejercen los liderazgos a su modo, quizá de una forma más lenta, más pensada, pero mucho más efectiva.

La bisabuela, la abuela, la madre y la hija, todas están conectadas por un mismo papel: el de ejecutar la venganza contra los hombres que les han hecho daño. La retribución como la paz.

Los ángeles son insectos, los demonios te acarician por la noche

En Carcoma los ángeles no son “bonitos”, sino que se asemejan a mantis religiosas, insectos enormes y despiadados. Mientras que los espíritus de la casa, los fantasmas o lo que sea que sean esas fuerzas que abren las puertas y ventanas a placer, que levantan las mesas y las balancean en el aire, son más bien generosos, tanto que ayudan a ejecutar las venganzas que buscan y planean todas las mujeres de esta novela. Es una desmitificación de lo conocido y predecible.

Y quizá ahí va el juego de la casa, la del significado de hogar y familia. En la página 17 se lee: “La  casa estrechó sus muros y sus techos sobre nosotras, se nos echó encima quién sabe si para protegernos o para ahogarnos”. Una vez finalizada la novela, entendemos que es más lo primero que lo segundo. Porque al final de todo un hogar, lo que es una familia, es una historia de fantasmas, de tradiciones, de venganza. Y para eso estamos los que compartimos la misma sangre, los que habitamos una misma casa, para abrazarnos a pesar de cualquier odio y continuar. Solo continuar.

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