Inés Córdova y la renovación del arte boliviano en la segunda mitad del siglo XX

  • Breve repaso desde la historiografía del arte a las contribuciones de la artista potosina en la adopción moderna de medios vinculados a la tradición andina como la cerámica y el textil.

Reynaldo J. González

Investigador en artes y artista

En Bolivia la noción de un arte con “identidad nacional” se conformó entre las décadas de 1950 y 1960 a través de varios fenómenos interrelacionados entre sí como la consagración de los artistas sociales y abstractos de la Generación de 1952, la proyección internacional de la obra de Marina Núñez del Prado y María Luisa Pacheco, la exaltación de figuras fundacionales previas como Cecilio Guzmán de Rojas y Arturo Borda, la fundación efectiva en 1966 del Museo Nacional de Arte y la publicación de estudios sobre la producción artística local por parte de historiadores y críticos como Rigoberto Villarroel, José de Mesa y Teresa Gisbert. Este momento conformativo alcanzó su cénit en los primeros años de los 70s con la realización de una gran exposición de pintura boliviana contemporánea organizada por el MNA que presentó, por primera vez, la obra de “grandes maestros” de diversas corrientes consolidando el canon artístico vigente hasta nuestros días.

En este contexto de corrientes ya establecidas, el siguiente momento de renovación del arte boliviano se dio a mediados de la década de 1970 a través del surgimiento de una nueva generación de creadores que, retomando el vínculo de la plástica nacional con lo telúrico propuesto por el indigenismo de las primeras décadas del siglo XX, plantearía el uso de nuevos medios y conceptos que anteceden la llegada de la contemporaneidad. En esta nueva generación, clasificada por el historiador del arte Pedro Querejazu como “intermedia”, la artista Inés Córdova Suárez jugó un papel clave al desarrollar una obra moderna que utiliza e reinterpreta medios tradicionalmente vinculados a las culturas indígenas como la cerámica y el textil.

Córdova nació en Potosí en 1927 y se formó a finales de la década de 1940 en la Academia Nacional de Bellas Artes (ANBA) de La Paz donde aún prevalecían las corrientes academicistas e indigenistas. En su juventud desarrolló una pintura indigenista que expuso en varias ciudades posicionándose como una figura de segundo plano en una escena ya dominada por pintores sociales y abstractos tempranamente ensalzados por la incipiente historiografía artística. Ante este panorama a mediados de los 50s dio un giro a su carrera decidiendo dedicarse por entero a la cerámica, un medio que en la época se encontraba asociado a la artesanía popular pero que llevaba al menos una década siendo revalorizado en sus aspectos estéticos y técnicos por las investigaciones arqueológicas y por la emergencia de repositorios estatales. Así, con el objetivo de especializarse en las complejas técnicas del medio, entre 1956 y 1961 estudió becada en instituciones del extranjero como la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad del Trabajo en Montevideo, la Escuela de Cerámica “La Moncloa” de Madrid y la prestigiosa Escuela de Artes Suntuarias de Barcelona.

A su retorno al país en 1962 presentó varias exposiciones de su obra convirtiéndose acaso en la primera artista boliviana especializada en cerámica. Su obra, lejos de evocar las formas funcionales o antropomorfas de las culturas andinas o de seguir la estilización de la escultura indigenista, llamó la atención por su adscripción a corrientes abstractas, presentando formas geométricas irregulares perforadas por orificios circulares o complementadas con cilindros de contornos orgánicos, pero sobre todo, esmaltes y texturas aplicados con gran maestría. En muchos casos, estas obras también incluyeron formas alusivas a los órganos sexuales masculinos y femeninos, aspecto que debería llamar la atención por su irrupción en un contexto mucho más conservador que el actual.

También en 1962, Córdova fundó el primer taller de cerámica artística en la ANBA del cual sería docente por un par de años. Fue precisamente en esta institución donde se reencontró con el pintor Gil Imana a quien había conocido en su juventud en Sucre y con quien se casaría poco después. En los siguientes años ambos desarrollaron un extraordinario trabajo colaborativo produciendo murales cerámicos para la Facultad de Ingeniería de la Universidad Mayor de San Andrés, los edificios del City Bank de La Paz y Lima, la Mutual La Primera y la Casa del dirigente minero Juan Lechín.

Entre 1969 la pareja se trasladó a París donde radicó por 5 años. Según relató la artista a la investigadora Ligia Siles, ante la imposibilidad de conseguir un taller adecuado para practicar la cerámica en este nuevo entorno se vio obligada a experimentar con nuevas técnicas y medios. Así, probablemente bajo el influjo del Informalismo y del Arte Poveda todavía vigentes en Europa, en la intimidad de su hogar comenzó a elaborar collages textiles con retazos de su propia ropa, práctica que a su retorno al país en 1974 evolucionó a collages elaborados con retazos de textiles andinos y telas de diversas texturas, creando composiciones que muchas veces evocan el árido paisaje andino. Por sobre su cerámica, esta obra se convirtió en el emblema de la artista, permitiéndole ganar el Premio en la Segunda Bienal de Arte INBO en 1977 y asumir encargos como la decoración del comedor de gala del edificio de la Organización de Estados Americanos en Washington en 1985.

Aunque desde la época del indigenismo el textil andino había sido objeto de representación de los artistas bolivianos, Córdova fue probablemente una de las primeras artistas en utilizarlo en su obra, antecediendo así a una larga lista artistas que trabajaron en el medio desde diferentes propuestas formales y conceptuales como Graciela Mansilla, Martha Cajías, Ana Manzoni, Angelica Heckl, Erika Ewel, Raquel Schwartz, Sandra de Berduccy y Elvira Espejo, entre otras. Según ha señalado la historiadora del arte Margarita Vila, más allá de su vínculo con las culturas locales, estas manifestaciones se sumaron a una tendencia internacional de reivindicación del textil como un medio artístico vinculado tradicionalmente al arte de las mujeres como se ve en la obra de artistas como Gunta Stölzl, Miriam Schapiro y Juddy Chicago, entre otras.

A finales de los 70s, Córdova comenzó a experimentar en la técnica del ensamble de planchas metálicas oxidadas y otros materiales reciclados, trabajo que puede ser tomado como una continuación de su collage textil en tanto que, usando materiales no tradicionales construye composiciones abstractas y semiabstractas que pueden evocar el paisaje andino ya sea en vistas a vuelo de pájaro de terrenos parcelados o panorámicas en las que prevalecen las montañas, las líneas del horizonte y los astros. En interpretación de Teresa Gisbert, esta obra determinó una apertura del arte boliviano hacia nuevos medios de expresión en tanto que “plasmando ideales estéticos enraizados con la tierra en materiales mucho más afines a la tierra misma que los pigmentos altamente estilizados”. Esta relación referida por Gisbert no es otra que la procedencia mineral de los metales utilizados por la artista, en un curso inverso de lo industrial a lo artesanal.

Los ensambles metálicos de Córdova, tan importantes como su arte textil, también marcan una especie de quiebre con el arte boliviano precedente en tanto que, en su utilización de planchas recicladas en diversos grados de oxidación natural, la tosquedad de su factura técnica, la combinación de materiales diversos, los contornos angulosos y los colores obscuros de sus formas, plantean una estética ya casi completamente desasociada de las nociones de belleza y armonía prevalecientes tanto en el academismo del siglo XIX como del decorativismo indigenista, y aún en el figurativismo social y el abstraccionismo derivados tardíamente de los ismos de inicios del siglo XX. En efecto, la obra de Córdova guarda mayor relación con una corriente más cercana en el tiempo como Informalismo ya propuesto en el país por María Luisa Pacheco a inicios de los 60s pero también plantea una inédita reflexión conceptual sobre la materialidad de sus elementos, ejercicio que anticipa el arte contemporáneo local.

Lo repasado hasta este punto presenta a Córdova como una de las artistas bolivianas más importantes del siglo XX, tanto por su obra como por su influencia sobre artistas posteriores. Como se señaló, sus contribuciones a la renovación de la plástica local pueden verse tanto en su adopción moderna de medios tradicionales como la cerámica y el textil como en un trabajo con materiales reciclados que se concentra, por sobre la forma, en la materialidad de los objetos. Como apunte final, debería llamar la atención el hecho de que todas estas innovaciones fueron planteadas por una artista en edad madura, demostrando que los posicionamientos de vanguardia no se encuentran necesariamente relacionados a una edad en particular.

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