Por Harold Suárez Llápiz, Crítico e investigador de arte
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Nacido en 1955, Remy Daza es uno de los artistas cochabambinos más emblemáticos de su generación. Se inició desde muy joven en la pintura, bajo la tutela de Raúl Prada, Ricardo Pérez Alcalá, Gíldaro Antezana y Vladimir Rojas. Posteriormente estudió durante 4 años en la Escuela Superior de Artes Plásticas Ernesto de la Cárcova en Buenos Aires, Argentina, teniendo como docente al reconocido maestro Ponciano Cárdenas. Su primera exposición la realizó en su ciudad natal en 1973, las obras de este período inicial de su producción tienen a la temática social como principal protagonista.
Poseedor de un oficio impecable, Remy Daza domina indistintamente el óleo, acrílico, la acuarela, el pastel, la témpera, trabajando su obra sobre diversas superficies y formatos. A lo largo de su ascendente carrera, el artista valluno se ha hecho acreedor de más de una veintena de premios y reconocimientos en pintura y en dibujo, tanto a nivel nacional como internacional.
A finales de los años 70 su producción se torna más simbólica y ancestralista, además rescata la vasta iconografía andina. En los años 80 transita por una neofiguración expresionista.
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Se percibe en esta nueva figuración suya una ambigüedad entre el objeto inanimado -sujeto, a través de los acrílicos “El borracho” y “La espera”. (Éste último ganador del Gran Premio del Salón Nacional de Artes Plásticas 14 de septiembre). En los años 90 se aboca a desarrollar el paisaje suburbano de La Paz y Cochabamba, retratando mediante la técnica de la acuarela aquellos poblados coloniales situados en los más recónditos confines del país. También pinta naturalezas muertas e interiores. Cobran protagonismo los patios, ranchos, cántaros, batanes, zapallos, ocas, girasoles, la belleza del paisaje valluno y la inmensa quietud del altiplano boliviano.
En los años 90 su obra plasma nuevamente a la figura humana. Pero esta vez el desnudo femenino surge como principal protagonista en sus lienzos. Aparecen fantásticos seres alados ataviados con alas de papel periódico, que para él resultan ser unos sensuales ángeles terrenales.
En el año 2020 Remy decide iniciar una nueva serie que tiene como principal protagonista a las montañas bolivianas más emblemáticas. Es así como propone una peculiar simbiosis entre este elemento plástico majestuoso con sus musas siempre eternizadas y atávicas.
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Analizando una obra maestra: “El Ajayu (Alma) del Sajama” (2021)
Conocido por ser un virtuoso cultor del paisaje y el desnudo femenino, el maestro Remy Daza estudió cuidadosamente la composición de esta formidable pieza, que a su vez resume buena parte de su obra artística. Cuidando cada detalle de la misma: desde figura, el nevado, la perspectiva de color en el imponente paisaje, el mismo tema en su conjunto e investigando, a través de diversos bocetos y estudios minuciosos de composición y color, cada elemento plástico a ser utilizado antes de su realización.
Es importante destacar que esta magnífica pieza realizada mediante la noble técnica del óleo sobre lienzo resulta ser un sentido homenaje póstumo a Benita, su musa inspiradora de antaño; y a su vez, una semblanza pictórica de su propia personalidad. Sin embargo, (por su particular iconografía), nos invita, (casi sin proponérselo), a realizar una multiplicidad de lecturas al respecto. Convengamos que el buen arte invita al esteta a ser partícipe del proceso creativo de la obra, en este caso “Ajayu de la Montaña” no es ninguna excepción.
¿Acaso Remy reinventó su propia Ñusta? Claro que sí, sin embargo, esta vez se trata de una versión más contemporánea y críptica que aquella pintada por el maestro Cecilio Guzmán de Rojas, allá por el año 1937.
A Benita la vemos eterna y mística como la montaña; de hecho, es su Ajayu (que en aimara significa el alma). El velo blanco y la bayeta, (prenda esencial de la mujer indígena) la convierten en una atávica novia andina que mira fijamente al esteta ofreciendo —mediante un bellísimo escorzo— una canasta de panes (tradicionales marraquetas), como una representación simbólica de su generosa humanidad.
En una maravillosa atmósfera crepuscular vemos detrás de Benita al imponente Tata Sajama, el pico más alto de Bolivia (magistralmente resuelto por el maestro Cochabambino). El Gran Nevado luce toda su inmensidad, bañado por una luz cálida y diáfana, tan característica en las telas del maestro Remy Daza. Además, resulta ser un protagonista más en la pulcra composición (que no interfiere de ninguna manera con la figura principal de la Virgen India) al contrario, incluso existe un diálogo visual entre ambos: la Pachamama y los panes, como una singular ofrenda, productos obtenidos de la madre tierra. Por otro lado, Benita bien puede ser la representación telúrica y simbólica de la misma Pachamama en la composición de la obra.
Finalmente podemos divisar en el paisaje a la Iglesia Colonial de Tomarapi (Siglo XVII), una suerte de fortaleza espiritual que se encuentra en el lugar y una de las imágenes más emblemáticas del increíble Parque Nacional Sajama.
Podríamos bien decir que la obra de Remy Daza es principalmente figurativa y que está dotada de un denso realismo, empero muchas veces ésta se convierte en una pintura ancestralista y de fuerte carga simbólica, aunque en ocasiones se torna surrealista.
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Analizando la pieza “Preludio de Primavera” (2020)
El sensual desnudo femenino es, indudablemente, una constante en la producción artística del maestro Cochabambino, sin embargo, en esta ocasión se acompaña del paisaje, (otra especialidad suya). El majestuoso Tunari, visto desde Tiquipaya y la naturaleza cochabambina, plenamente representada por el Ceibo, y el Jacarandá, árboles propios de la región. Todos estos elementos mencionados se fusionan en esta bella tela, de grandes dimensiones.
El maestro hace gala de un dibujo riguroso y de su eximio tratamiento del color, a través de una paleta más encendida y arriesgada, (poco común en los lienzos de Daza, donde predominan los óleos con tonos apastelados y grises). La pincelada es más suelta, segura y gestual, que, en otras ocasiones, logrando que el lienzo adquiera notables contrastes, pero por sobre todo demostrando un dominio contundente de la luz y la perspectiva visual.
Remy Daza es uno de los pocos artistas bolivianos que durante toda su carrera ha trabajado consecuentemente el desnudo femenino; además es dueño de una formación académica sólida a partir del profundo conocimiento y dominio de la anatomía en la figura humana, que ha estudiado a lo largo de toda su vida. Por otro lado, es uno de los más virtuosos paisajistas bolivianos, un estudioso de la composición, de la perspectiva de luz y del color en el paisaje. Para llevar a cabo este propósito elige con mucho cuidado cada elemento plástico a utilizar en sus obras.
La figura femenina de “Preludio de Primavera” está resuelta a través de un magnífico escorzo, y parece adoptar una posición de parto, inmersa en un paisaje idílico, que deja entrever un preludio simbólico, que representa el parir de la primavera; tan bella y natural como el propio cuerpo desnudo de la muchacha, con su particular policromía, y el esplendor del imponente paisaje del valle de su natal Cochabamba.
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Para Daza, lo determinante no es solamente la exactitud en la reproducción, sino la armonía interna del cuadro mediante la yuxtaposición de finos matices cromáticos o de brillantes contrastes complementarios. El cochabambino alcanza en sus obras una fuerza luminosa que permite que esta brille desde dentro, con lo que crea una luz interior artística. Para él una obra de arte no es solo un organismo independiente, en el que solo se reproduce la naturaleza, sino que la representa mediante una consumada disposición artística. Por ello cada pieza tiene vida propia, adquiere su propia atmósfera y luminosidad, además que se torna simbólica.
Las superficies cromáticas están sintonizadas de tal forma que el cuadro obtiene espacialidad, todo esto exaltado por su portentoso dibujo. Los interiores, bodegones, paisajes y desnudos de Remy Daza muestran la vida perceptible mediante los sentimientos rescatando la esencia de la cultura andina. Las figuras simbólicas de sus cuadros armonizan con los cálidos tonos pintados en sutiles gradaciones de color. Por otro lado, observa y pinta a sus ocasionales modelos mientras realizan tareas cotidianas, será por ello que sus pinturas nos transmiten líricamente la impresión de instantaneidad casual. Así, las obras de este connotado artista nacional adquieren su significado gracias al colorido incandescente que se extiende, como si de un material luminoso se tratara a través de la superficie de cada cuadro.
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