Por Harold Suárez Llápiz, crítico e investigador
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En vida, Julio César Téllez, era apodado con sobrada justicia: “el último romántico de la acuarela”. Considero que la espontaneidad de la acuarela tradicional tiene sus propios atributos: puesto que imprime al papel manchas frescas, la hace más impresionista y sencilla. Además, se trata de una acuarela de primera intención, es decir espontánea, realizada en el mismo lugar, sin valerse del recurso de la fotografía y aprovechando la luz natural.
Después de mucho indagar en cuanto a la historia de esta técnica en Bolivia, descubrí que Téllez y el extraordinario Ricardo Pérez Alcalá son los más eximios acuarelistas en la historia del arte nacional. El paceño, como el más fiel representante de la acuarela clásica tradicional espontánea y el potosino como impulsor de una acuarela más elaborada. Es indudable el hecho de que ambas escuelas tienen su valor propio y belleza incuestionable.
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En 1964, Téllez se hizo acreedor al Primer Premio de acuarela del Salón Pedro Domingo Murillo. En 1971 obtiene el Premio Único del mismo Salón, entre otras distinciones es reconocido en el año 2001 con el premio Obra de Vida otorgado por el Gobierno Municipal de La Paz. Durante más de 40 años se desempeñó como docente en La Academia Nacional de Bellas Artes “Hernando Siles” paceña; incluso, en algún momento de su carrera, llegó a tener entre sus alumnos a los consagrados maestros Ricardo Pérez Alcalá y Mario Conde.
En el transcurso de su trayectoria artística montó innumerables exposiciones en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y Oruro, fuera de nuestras fronteras mostró su obra en Madrid y París. Dejó como legado una prolífica producción pictórica, que queda como un testimonio de la esencia de esta bella ciudad y su desarrollo en los pasados años.
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Desde mi óptica, nadie pintó los paisajes urbanos y suburbanos de La Paz con tanta pasión y entrega como el recordado maestro de la acuarela Julio César Téllez, quien dedicó su vida a perfeccionar la también llamada técnica del agua. Uno de los escasos cultores de la tradicional acuarela inglesa, (que pregona que dicha técnica debe de ser realizada en el menor tiempo posible: no más de 3 horas). Según este principio, si demora más tiempo en su ejecución ya no es considerada una verdadera acuarela.
Como mencioné antes, el valor de la obra de Téllez reside en que ha sido pintada frente al motivo, es decir directamente, como lo hacían los primeros impresionistas; por eso es espontánea, consigue manchas frescas y sobre todo logradas de primera intención. Técnicamente, sus acuarelas están dotadas de un manejo magistral de las diversas gradaciones cromáticas, la intensidad de luz y la muy bien lograda composición.
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Obtiene así una síntesis plástica en la cual los valores espontáneos de la naturaleza, libremente asociados al intelecto, al sentido de la belleza, a la sensibilidad o a la filosofía de cada hombre, recobran su trascendencia, su orden y su belleza intrínsecos. Contrariamente al contacto pelicular, es una retina humana la que transmite “en directo” a la conciencia del artista. Contemplamos entonces un paisaje cargado de potencial vital y de significado. Será por esto que las imágenes más recurrentes en su discurso pictórico son los rincones tradicionales de la urbe paceña: las “barriadas”, suburbios, tambos, mercados y por supuesto no podía dejar de evocar al majestuoso Illimani, eterno guardián de La Paz.
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La vida y obra del pintor se fusionan entre colores, trazos o manchas de la acuarela. Cada etapa de su desarrollo personal queda marcada en la variedad temática de sus pinturas y eso incluye su entorno, el amor por cada rincón de su ciudad, de su gente, arraigado por un ferviente compromiso de trasmitir lo suyo.
Acuarelas de manchas limpias de color, transparentes, de diáfanas transparencias y portentosa luminosidad, han formado el sendero de su poética visual tan versátil, ardua e intensa como su vida en el arte. El artista ruso Wassily Kandinsky decía: “El color, que por sí mismo es un material de contrapunto que encierra infinitas posibilidades, creará, junto al dibujo, el gran contrapunto pictórico con el que la pintura llega a una composición que, como Arte verdaderamente puro, se pondrá al servicio de lo divino. A esas alturas vertiginosas la lleva siempre el mismo guía infalible: el principio de la necesidad interior”. Cierro estas líneas confirmando que la técnica de la acuarela ha sido convertida en la metáfora expresiva que ha marcado el camino de la vida del maestro Julio César Téllez.
En Homenaje a Julio César Téllez (1940-2009)
Reseña publicada en el Suplemento Cultural Fondo Negro del periódico La Prensa, el Domingo 17 de octubre del 2010 y en el Suplemento Cultural La Esquina del periódico estatal Cambio en Domingo 26 de enero del 2020, entre otros medios.
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