Harold Suárez Llápiz
Crítico e investigador de arte
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En el panorama actual de las artes visuales, hay quienes pretenden asumir que la pintura ya no es una forma válida de expresión. La sentencia que descalifica a la pintura y su producto: el cuadro, (realizado en cualquier técnica pictórica), descansa sobre el postulado que rechaza la producción de objetos que tengan por fin último el de ser asimilados por la codicia del coleccionista, un fenómeno palpable en el marco de la ideología del consumismo que anima al sistema capitalista. Dentro de este proceso se desvirtúa el carácter espiritual y de expansión de la conciencia del arte, al ser apreciado éste sólo como objeto suntuario y decorativo, devenido muchas veces en un producto de consumismo más en el mercado.
Sin embargo, en tiempos donde las narrativas significativas se encuentran radicalmente condensadas en los medios de comunicación masivos, (internet, prensa escrita, televisión etc.), la pintura aún puede ser uno de los medios más eficaces de los que se vale el artista para plantear problemas de representación, narrativas simbólicas, discursos filosóficos, contextos políticos, históricos y críticas a la realidad. La pintura no ha perdido su esencia, esa magia, llámese el poder que ejerce para profanar mundos y emancipar conciencias colectivas, renovándose constantemente en el intelecto y a través de los pinceles de los pintores que practican su oficio con las más altas aspiraciones, con la fiel devoción en las posibilidades que ésta ofrece.
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Dichas virtudes las podemos encontrar en la obra de Mario Conde Cruz (La Paz, 1956), sin duda el representante más importante del Neobarroco contemporáneo en nuestro país. Sin ser exclusivamente ilustrativas, sus creaciones coquetean con el surrealismo y atraen la mirada tanto por la excelente manufactura como por el virtuosismo técnico que ejerce en la difícil técnica de la acuarela, pero el despliegue de recursos académicos que se manifiestan en el acabado meticuloso de las figuras representadas, no es lo que totaliza la fascinación que producen, habría que agregar los intrincados discursos temáticos que emergen de sus inquietudes y obsesiones personales que van a influenciar su obra de manera determinante. Su espíritu bohemio de artista, se refleja en una obra que parece nutrirse del contacto con la otra realidad: aquella que se revela vivencial, que se puede percibir en la misma calle, del poder socio-económico, político y hasta religioso, (Conde suele cuestionar el poder que ejerce la jerarquía eclesiástica), aspectos que conforman para él una sociedad cada vez mas atormentada. Todo lo mencionado lo transmite con humor mordaz, sátira e ironía. Es que si bien es irreverente y crítico con lo que sucede en su entorno, al mismo tiempo evoca constantemente las costumbres ancestrales andinas, tratando de rescatar principalmente la identidad cultural de manos del implacable avasallamiento tecnológico, mediante símbolos e imágenes que dejan entrever que el sincretismo religioso es también una constante en la mayor parte de sus creaciones.
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Las impactantes composiciones neobarrocas de sus acuarelas se asemejan a collages que parecen reciclar fragmentos o retazos de lienzos memorables de los grandes maestros del arte universal.Todo medio de expresión resulta ser útil a un artista que tiene mucho que decir .Es más, incluso hasta parece que Conde deja entrever cierto temor al vacío cuando trabaja cada una de sus acuarelas, una especie de horror vacui ( el denominado ‘miedo al vacío’, característica de la estética del barroco ), puesto que suele recargar sus complejas composiciones con ideas surgidas del subconsciente mismo: animales como dragones, elefantes, rinocerontes, aves, felinos, e insectos.Además Conde utiliza como recursos plásticos extravagantes objetos frutos de sus vivencias personales, que aclaro, sólo en ciertas ocasiones saturan las piezas.
El dibujo es portentoso y de impecable ejecución; por su carácter realista resulta ser el andamiaje principal que sostiene una obra esencialmente figurativa. Por otro lado, su acuarela rompe esquemas al dejar en evidencia su preocupación más por la forma que por el color, quizás para otorgar más relevancia a la naturaleza de una pintura que privilegia la temática de la obra misma ante el tecnicismo puramente académico, ( sin duda que en esto coadyuva su exquisito dibujo). Finalmente hay que destacar el hecho de que Mario Conde es uno de los escasos artistas que han dedicado prácticamente toda su vida a trabajar de manera exclusiva la técnica del agua.
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