Causas y consecuencias nomás

Daniel Averanga Montiel[1]

Honoré Daumier Una discusión literaria en la galería superior.

Hace poco más de dos meses, un “amigo” poeta (la verdad es solo mi conocido, en el fondo me fastidia verlo casi como un remedo de Fuguet, digo casi porque es una decepción de narrador) anunció que, en su intermitente, presuntuoso y aburridísimo podcast invitaría a un escritor para dialogar sobre muchas cosas, entre las que destacaba una canción específica del grupo Crystal Castles y, a partir de esto, profundizar en la cultura de la cancelación.

En la transmisión del podcast, el escritor invitado sugirió, en la mayoría del tiempo que duró ese diálogo, que la cultura de la cancelación no existía del todo, que la calidad de la obra artística a veces se sobreponía a la polémica, y terminó afirmando que todos tenemos la posibilidad de ser cancelados, porque somos humanos y cometemos errores. Este último comentario me recordó precisamente un cuento de este mismo escritor, aparecido en Nuevos gritos demenciales (3600: 2013), un libro que compilé cuando todavía era amigo de muchos de los que actualmente me rodean y afirman, con su ego siempre erecto, que son escritores: el cuento trata sobre una mujer que encuentra al exnovio celoso e inestable en su habitación, el diálogo que sigue es sobre si hay alguien más en la vida de la mujer y el cuento termina con una tensión que haría sonrojar de ira a cualquier fundamentalista. No es mal cuento, la verdad, digamos que le falta un toque de gentrificación, como que el personaje diga que es de El Alto, que es hijo de indios, que es otaku, que analice un poco de su masculinidad, que no se le pare la zanahoria, que se declare trans y que termine haciendo tijeras con la ex mientras se incendia la Chiquitanía. Al final, el escritor tenía razón: todos cometemos errores, incluso de verosimilitud y, por esos mismos errores, podemos ser escrachados y sepultados.

Honoré Daumier. Este señor Courbet hace figuras demasiado vulgares ¡no hay nadie en la naturaleza tan feo como él.

Esto también me recuerda el 2018, año en que intentaron sepultarme bajo la alfombra de la vergüenza masculina, mostraron supuestas pruebas sin contexto, que desencadenaron en memes, notas siniestras e insultos, todo relacionándome con una persona que alguna vez ayudé. Me llegaban mensajes donde amenazaban con meterle palos de escoba en los culos de mis hijos, que tenían permisos para cargar pistolas en Sopocachi y que “los accidentes” ocurrían, que era bien machito para decirle a una mujer “cosas fuertes” y que me enseñarían de una vez y para siempre “negro de mierda”, a respetar a las personas. Ninguno de ellos me afrontó nunca; hay una suerte de sortilegio que le quita las ganas de pelear a los agresivos en redes sociales. Recibí invitaciones para resolver ese asunto a golpes o por la vía legal. En cuanto a las invitaciones para pelear yo iba y me fallaban, y en cuanto a la vía legal, yo ni corto ni perezoso fui a escuchar de qué se me acusaba, consulté con mi abogado y este se me rio en la cara, porque, según él, les di mi atención a esas personas y eso le parecía triste: “No tienen pruebas concretas contra vos, pero igual quieren verte en el piso, a como dé lugar”, me dijo. Quien nada hace, nada teme. Alguna feminista mediática me llamó para hacerme una trinchera, ¿o era barricada? Yo le respondí que, si me pagaba (porque mi tiempo era dinero), iría, la susodicha me colgó y el quilombo brasileño que parecía mi carrera literaria se calmó y pareció remontar. Seguí escribiendo, gané un premio de historieta ese año como coautor, publiqué un libro de cuentos y me dediqué a pulir una novela que, en 2019, ganaría otro premio. Callarse y seguir trabajando, seguir trabajando a pesar de todo, porque esos cigarrillos y esas latas de cerveza para mí, y esos muñecos Neca y Lego para mis hijos, además de la comida, no crecen en los árboles de eucalipto de Alpacoma.

Todos cometemos errores, ayudamos a veces a gente de mierda, ingratos que luego están hablando de nosotros, actuando como víctimas y como si fueran protagonistas de algo superior a lo que todos hacemos, gente frustrada que no tiene ni talento ni oficio y que su única particularidad consiste en beneficiarse del esfuerzo ajeno. Eso pasa en todo el mundo, y en Bolivia no es novedad, sino pregúntenle a cualquier metalero de la escena que arma su grupo con intención de ser mejores que el Delius, el Matamba o el Saxoman: todos fracasan, sean imitadores de Iron Maiden, de Héroes del Silencio o del mismo Chayanne (¿Recuerdan a Javier Encinas queriendo sacar éxitos musicales cantados por él mismo, que tenía voz de Capulina con gastroenteritis aguda?); así está el panorama artístico boliviano: estamos rodeados de artistas que, en su mayoría, son cobardes e hipócritas.

Honoré Daumier. Hay que sembrar flores en el camino.

Ya estoy cansado de fingir que ciertas novelas de amigos o conocidos (como la de algún abrigo negro, la de testimonios de sus papis milicos en tiempos de dictadura que la hizo pasar como crónica, la de alemanes en Bolivia) sean consideradas buenas por la mayoría de reseñadores cobardes que por no perder la amistad escriben devolviendo favores o atención, o que el arte plástico naif hecho por payasitos fumadores valgan la pena, o que la poesía escrita y declamada por awichos adictos jailones (y que más que poesía, parece lista de cosas para comprar en el mercado) sea loada; en serio, ya estoy cansado, muy cansado, de tener amigos en Facebook que, cuando estaba “condenado por rudo”, desaparecieron, me retiraron el saludo, o comenzaron a escribir sobre lo mierda que soy. Me gusta cómo soy, y no lo voy a cambiar por el sencillo motivo del humor ofendido de pelotudos que siguen creyendo que son premios nacionales de novela o que son amigos de los amigos de editoriales prestigiosas.

¡Ah, pero cuando gané ciertas cosas y publiqué otras, cuando comencé mis campañas de armado de bibliotecas populares o estuve en iniciativas por la cultura lectora, sí volví a ser su amigo, sí volvieron a saludarme!, sí me hablaron, a pesar de decirles antes en la cara o en entrevistas que no eran escritores, volvieron a hacerlo, oh, they can talk, they can talk, doctor Zaius, doctor Zaius.

Honoré Daumier. Pintor y burgueses.

Y no faltó la feminista de lobby que dijo que yo, su pobre narrador en esta aventurilla, sí metí cizaña o tuve algo que ver en una reciente pelea facebookera, bastante curiosa, entre dos escritores, el primero (ya mencionado), quien no creía en la cultura de la cancelación (y que supuestamnte había modificado la biografía del otro en Wikipedia), y el otro, que sí es mi amigo y que, a pesar del tiempo, las circunstancias, de mandarnos algunas veces a la mierda, todavía respeto y admiro en cuanto a oficio (y del quien socializó el problema de su biografía adulterada en redes sociales); igual, todos somos humanos y, por ende, imperfectos, y quizá aparezca el tipito con nombre de poeta griego que me diga que yo soy el más imperfecto de los seres humanos, así que desde ya, lo acepto con orgullo en mi cara no golpeada en la FIL de Santa Cruz de este año.

Así es la vida, una serie irrepetible de escenas en las que uno puede ser espectador de peleas de inválidos, el oponente al que le sacarán la mierda y (pocas veces) el que, ejem, le dé un puñetazo ligero que le desportille el honor a un racista de mierda.

Honoré Daumier. Dolor de cabeza.

Recientemente, el problema entre estos dos escritores fue sensación entre la fauna de presuntuosos que, al ser informados del asunto, comenzaron a dar apoyo al de la biografía mancillada.

No faltaron, como dije, las personas que me metieron en el problema. Me mencionaron, cuando yo estaba, ¡snif!, ocupado trabajando en otros asuntos.

Revisé las pruebas. Vi que, en efecto, el acusado era muy estúpido como para haber dejado (en “apariencia”) pistas así y me divertí viendo posibilidades de exploración para burlarme. Recordé con cuánta facilidad los involucrados, tanto el acusado como el de la biografía mancillada, se burlaron de mis problemas durante la gestión 2018 y más allá, algunas, pocas veces con humor real, y me limité a seguirles la broma, porque eran parte de mi círculo de amigos, y seguí con mis proyectos, la mayoría del tiempo con cara de nihilista sin entender un acto de caridad, pero asumiendo que alguien de ese par merecía nomás un puñetazo que le acomodara el ego.

Es así, ambos escritores del problema ganaron muy buenos premios literarios, uno de ellos hasta internacionales, y obvio, aunque seas Mauricio Rodríguez o Rudy Terceros y ganes concursos barriales del mejor cuento o la mejor novela, se te sube el ego, ¿a quién no le ha pasado? Yo actué como un cojudo la gestión 2016, enarbolando mi galardón (que la alcaldía ni me dio ni les pedí), hasta que algunos amigos de a pie me lo hicieron notar a escupitajos; a cualquiera le pasa, la vaina es lidiar con esa repentina y patética fama que te dan los certámenes, por más grandes o chicos que sean, y superarse del culto propio.

Honoré Daumier. Los amantes del arte clásico cada vez mas convencidos de que el arte se pierde en Francia.

A muchos les pasa y lo superan, y a otros pocos se les queda la actitud de mierda y comienzan a perder amistades incondicionales. No tener códigos es de imbéciles, y eso solo tiene tres salidas: madurar a patadas, recibir patadas hasta el límite o sufrir alguna pateadura del destino, que no existe pero que bien se mete en las acciones de los terceros nobles que rodean al imbécil de turno.

Y este problema de la biografía adulterada, terminó pareciéndose mucho a una pelea de inválidos.

Pelea.

De.

Inválidos.

Asumo que el acusado, un tipo que apoya al movimiento feminista, que habla por los hombres que dicen a medio mundo que van al psicólogo, que se ha gentrificado en sí mismo, hablando bien chocho de la Bolivia Morena, ese tipillo que no aguanta un chiste (y estoy seguro, tampoco un puñetazo), que según algunas personas, “manipula” a ciertas personas cercanas, y que no pudo ser más obvio al (aparentemente) arruinar la biografía del otro, al mismo tiempo que mejoraba la suya y de otras personas más con un pseudónimo ridículo, digo asumo que el acusado, debe estar debajo de su cama ahorita, diciendo: “¡Cuánta violencia hay en este mundo!”.

Honoré Daumier. Pigmalión.

Si uno revisa la prensa alrededor de sus obras, se encontrará con periodistas haciéndole notas en las que lo describen como un hombre humilde de apellido humilde, y que escribe bien a pesar de sus “manos gruesas, de trabajador”, y que lo hace a la par de calidad de bolivianos croatas o crotos (según el dialecto gaucho), que se parece a escrotos. No sé. El culto al tipo a partir del apellido, como si apellidar Tarqui o Quispe te garantice que te has rajado las manos para poder vivir dignamente. Yo reconozco a la gente que ha sabido ganarse el pan sacándose la mierda, rompiéndose la espalda, a veces frustrándose por la basura de sistema editorial latino e hispano (que no son lo mismo) que decide quién puede publicar y quién no; reconozco a las personas que han sudado la gota gorda y fría para ser siquiera leídos, y al ver al acusado, lamento decir que, a consecuencia de su actitud petulante y despreciable, parece que no, no se ha despeinado siquiera en lograr lo que hizo, y al verlo más detalladamente, reconozco en sus manos a un wawalón que creció confundido y acomplejado por su situación y su devenir, y que no aguantaría un cabezazo si se le propone pelear, ¡ah no!, quizá acepte pelear si ve una botella cerquita… triste que en la mayoría de los casos los perdedores en peleas con esta clase de wawalones terminen como cierto librero, con la cabeza hecha un mapa; y no hay mucho para agregar, tal vez… sí, acá me lo imagino citando a su oponente para resolver el asunto “como hombres”, cerca de algún mercado que tiene policías, que siempre está lleno de gente; así no pues, para eso hay Alpacoma, Senkata, los miradores de la hoyada, Bolognia. Me lo imagino feliz consigo mismo, publicado en varios países, vendiendo esa idea de lo popular genuino, lo gentrificado, y también lo imagino listo para dar golpes bajos si se le cae el teatrito de compañere aliade, como sucedió con Alejandro Archondo en su momento.

Honoré Daumier. Los Saltimbanquis (1839).

Sé que todos cometemos errores, y sé también, como educador que soy, que todos podemos cambiar para transformarnos y mejorar.

No obstante, estoy convencido de que un cojudo es un cojudo nomás, hasta que la vida le saque la mugre lo suficiente como para que se dé cuenta que todo acto tiene sus consecuencias, y que la mayoría de las veces, el momento de la redención se torna invisible para esta clase de personas.

No niego que el acusado sea buen narrador, que escriba lo que le interese y que publique en otras partes del globo, hasta yo mencioné su novela ganadora del premio nacional de novela hace unos años; que le vaya bien mientras dure; en su idea de narrador que siga cosechando beneficios a la par de consecuencias, no hay lío, pero como dijo alguna vez el Rigucho original (Raúl S., no el Daniel G.): joderse es ley.

Una vez más, muchos idealizan a los escritores, creyendo que son especiales, que no se tiran pedos, que son buenitos, blanquitos y sabihondos, que su opinión es superior a su escritura.

Honoré Daumier. Perdon señora, estos desnudos son repugnantes, volveré solo.

No, no es ideal pensar a los escritores como personas que valen la pena, aunque sí valgan algunos, unos cuantos. Eso es estúpido, generalizar. Hay tanto escritor excelente que es mala persona, que hace mierda al mundo que lo lee, como si fuera un espectáculo o una bendición hacer sufrir a consecuencia del capricho… y he conocido gente que no ha leído un libro completo en su vida y que son tan nobles… Hay de todo en esta villa del señor.

En el problema de la biografía mancillada, el acusado tiene todas las de perder nomás. Es decir, che, vos, o você, para que lo entiendas con la saudade pertinente de la “amsiedad”: Niégalo hasta que te lo creas, campeón, repítelo cien veces si deseas; la lectura y la escritura son una forma de felicidad, no un territorio donde pueden herirte… Si la cagas molestando donde no debes, te pueden responder, y en mi caso, porque mejor hablo por mí, no soy un librero andrógino pasivo ni las muchachas a la que, dicen las malas lenguas, manipulas, y agrego que, si me provocas, gentilmente (no como un “mal sueño”) te romperé con la calidez de examigo esa naricita tan elevada, a ver si así la bajas un poco de tu nubecita y aprendes a no dar golpes bajos y a valorar la amistad que se te ofreció.

Más allá de eso, ya está rayada la cancha, como diría el otro amigo del problema.

Honoré Daumier. Deseo de la mujer embarazada: el carnicero.

[1] Escritor y “mal sueño” para algunos que no saben pelear.

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Comentarios

2 respuestas a «Causas y consecuencias nomás»

  1. Avatar de Rodrigo espinoza
    Rodrigo espinoza

    tl;dr
    Averanga es como el perro que persigue los neumáticos de un auto creyendo que aquel es un enemigo (imaginario por cierto).

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