El Simbolismo y su actualidad

Poética de una rebeldía suave y silenciosa

Contexto histórico del Simbolismo

Fabrizio Catalano

El mundo en el que vivimos hoy se parece curiosamente, en algunos aspectos, al de finales del siglo XIX. Las grandes ciudades europeas de este período –que no estaban preparadas para el choque de la revolución industrial–, malsanas y superpobladas, indeciblemente sucias y dominadas por un cielo ennegrecido por el carbón y el hollín, no eran tan diferentes de las actuales metrópolis asiáticas. El capitalismo se imponía en las naciones más desarrolladas, gracias a la explotación de las colonias y al nacimiento de la burguesía moderna. En todas partes, en esa época como ahora, el desconcierto del hombre reducido a un número, a un simple engranaje de una máquina oscura –como lo ha soberbiamente escrito Victor Hugo–, era y es irrefrenable.

Sin embargo, las masas desprevenidas, así como muchos sabios, ponían, hace más de cien años, en el progreso –y en el nuevo sistema económico que de este progreso derivaría– una confianza ciega y casi infantil. La contaminación, la pérdida de las libertades, la inevitable homologación, el espanto ante la disgregación de la naturaleza: no eran más que sacrificios necesarios para alcanzar el bienestar que, tarde o temprano, el progreso hubiera traído. Pero este bienestar, del que hoy en día disfrutamos o fingimos disfrutar, no era más que materia, vacía y tonta: lo superfluo que nos distrae mientras la inconsciencia –lenta, imperturbable, disfrazada en los ropajes de una tecnología mal utilizada– nos mata.

¿Por qué surge el Simbolismo?

En la llamada Belle Époque, algunos individuos con diferentes sensibilidades habían previsto lo que sucedería a continuación. Y lo habían denunciado, pero de una manera sin precedentes: a través de una huida –mística y poética– hacia el sueño, lo mágico y, sobre todo, el Símbolo. Sus voces, a veces lánguidas, a veces rabiosas, guardaban un rasgo de melancolía incluso cuando cantaban la alegría de vivir. Eran las voces de nuevos escritores, nuevos pintores y escultores, acosados por una sociedad que perdía sus puntos de referencia y sus sentimientos: sin falta expresaban la misma necesidad de desertar de un mundo que a su vez había escapado al control de los seres humanos.

Una necesidad que parece irresistible en este comienzo del tercer milenio. El reflujo hacia lo irracional empieza a impregnar al arte, así como toda forma de entertainement: una protección instintiva que los anticuerpos de nuestra sociedad proponen frente a la sed obsesiva de un beneficio, la arrogancia y la debilidad que corroen nuestros valores éticos y nos hunden en un futuro de miseria.

Entonces, en una especie de mímesis constante y eterna, hay que regresar hasta la fuente del Simbolismo, dándole al mismo tiempo una fuerza inédita, encantadora, deslumbrante. Además, ¿ese destino no estaba inscrito en los famosos versos de Baudelaire?

¿Qué es el Simbolismo?

La Nature est un temple où de vivants piliers

Laissent parfois sortir de confuses paroles;

L’homme y passe à travers des forêts de symboles

Qui l’observent avec des regards familiers.

Comme de longs échos qui de loin se confondent

Dans une ténébreuse et profonde unité,

Vaste comme la nuit et comme la clarté,

Les parfums, les couleurs et les sons se répondent.

Son las palabras que han dado origen al concepto mismo de Simbolismo; aún más que el Manifiesto que Jean Moreás publicó en Le Figaro en 1886 y del artículo que Albert Aurier dedicó en 1891 a la obra de Paul Gauguin, donde declaraba que el nuevo arte tenía que ser ideista, simbolista, sintético, subjetivo y decorativo.

En resumen, el Simbolismo establecía que la quimera era mucho más interesante que la realidad. Invitando al hombre a desconfiar de lo tangible y a abrirse a la sugestión de lo irreal, del sueño y de la magia, prometiendo una, aunque temporal, elevación hacia el lado invisible de la eternidad, el Simbolismo era sublimemente eversivo.

Figuras principales del Simbolismo

Un viaje virtual al interior de este movimiento, que fue un refugio más que una escuela, nos llevaría a un microcosmo de almas, pero también en lugares todavía bien reconocibles: el apartamento de Stéphane Mallarmé, Rue de Rome, en París, donde se reunían los jóvenes escritores; la Ramonette de Bouillon donde Charles Van Lerberghe compuso La Chanson d’Ève; la tumba de Émile Verhaeren al borde del Escalda; los canales de Brujas, mutados por Georges Rodenbach en metáfora de la condición humana; los teatros y los cafés donde se exhibían Sarah Bernardht, Eleonora Duse, Ida Rubinštejn o Liane de Pougy. Las armonías de las palabras y de los versos ya se mezclan en las de la música de Jean Sibelius o de Gabriel Fauré, de Claude Debussy o de Marie Krysinska: reconfortantes como las olas del mar o como un arpa, suaves como una flauta, heterogéneas como un pianoforte, poderosas como un órgano, estridentes como el grito de un rapaz. Desfilan ante nuestros ojos cuadros que han cambiado el imaginario de los seres humanos, y que el cine norteamericano plagia desde hace decenas de años: de Vértigo de León Spilliaert a El Dolor de Carlos Schwabe, de las Caricias de Fernand Khnopff a El amor de las almas de Jean Delville, de los otoños de Lucien Lévy-Dhurmer a los satánicos castillos de František Kupka, de las esfinges de Gustave Moreau a los duendes de Hugo Simberg, de las mujeres sensuales de Kostántin Somov y Nikolay Feofilaktov a los ángeles caídos de Mikhail Vrúbel, hasta la inquietante pregunta que nos hacen los ángeles dibujados por Jan Toorop, tan parecidos a los títeres del teatro javanés de las sombras: Oh Muerte, ¿dónde está tu victoria?

Y es justamente este viaje, a través la investigación de los temas preferidos por los artistas que se han acercado a este flujo de energía creadora y al análisis de la obra de algunos de ellos, que emprenderemos en esta serie de artículos…

Estos son los temas principales del Simbolismo:

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