Por Reynaldo J. Gonzalez
Investigador en artes y artista
(Texto publicado en el periódico Opinión dentro del suplemento La Ramona Cultural)
Cecilio Guzmán de Rojas, el pintor boliviano más importante de la primera mitad del siglo XX, escogió el agreste paisaje de Llojeta para disparase dos balas en el pecho. Los motivos y las circunstancias de ese hecho permanecen sumidos en el misterio.
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Cecilio Guzmán de Rojas se disparó 2 veces en el pecho el 14 de febrero de 1950 a las afueras de una hacienda de la zona de Llojeta, de La Paz. Unos minutos después fue encontrado todavía con vida por un comunario de la zona quien alertó a la policía de la presencia de un extraño que se desangraba tendido en el suelo. Cuando está llegó, horas más tarde el pintor había muerto en medio de terribles dolores.
El hecho constituye uno de los acontecimientos más importantes en la Bolivia de mediados del siglo XX. Después de identificarse el cadáver a la mañana siguiente, la noticia corrió como la pólvora entre la ciudadanía paceña hasta llegar a los principales diarios locales. En los siguientes días el Gobierno nacional declaró Duelo Nacional, el cuerpo del artista fue velado en la Biblioteca Municipal y a su entierro en el Cementerio General llegaron decenas de personalidades y delegaciones oficiales de múltiples instituciones.
Los motivos de la autoeliminación de quien fuera el principal artista boliviano de la primera mitad del siglo XX permanecerán desconocidos para siempre. Distintos autores plantean hipótesis que van desde un posible desengaño amoroso hasta un estado de locura intermitente que el artista habría sufrido durante sus últimos años. Las biografías coinciden en señalar, sin embargo, que Guzmán de Rojas había regresado permanente afectado, física y psicológicamente, de la Guerra del Chaco (1932-1935) y que a su ya depresivo estado de ánimo se sumó, hacia 1947, la sustracción de las anotaciones de sus investigaciones sobre la supuesta técnica perdida del Renacimiento que habría redescubierto, una mezcla de pintura y alquimia llamada “pintura coagulatoría”.
Las circunstancias que rodean la muerte de Guzmán de Rojas son igualmente enigmáticas, aunque los registros de la época sean ciertamente muy prolíficos en detalles. Entre ellas figura también un hecho un tanto escabroso: el hallazgo, a unos metros del lugar de donde se había levantado el cuerpo del artista, de una muñeca de cabellos rubios clavada con alfileres, posible último acto de magia negra de un suicida afecto al esoterismo, a lo sobrenatural y al escándalo.
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Registros periodísticos y forenses
Los pormenores sobre el suicidio de Guzmán de Rojas no se encuentran en ninguna de las biografías publicadas sobre el artista. Tampoco son consignados en los libros de Historia del arte del siglo XX, que se limitan a sugerir una coincidencia entre este hecho y el fin definitivo de la era del Indigenismo en el arte nacional.
Los datos sobre la muerte de Guzmán de Rojas tienen que buscarse en fuentes periodísticas y documentos de la época. Dos de estos materiales resultan esenciales para iniciar las investigaciones: una crónica periodística de Juan Capriles publicada en primera plana del periódico paceño La Razón el 12 de mayo siguiente y las actas forenses de la Policía firmadas el 6 de marzo por el famoso Dr. Alberto Mariño. Capriles efectúa una crónica del último día del artista proporcionando además datos sobre el extraño objeto encontrado en las proximidades al lugar del suicidio; Mariño, quien seguramente fue una de las fuentes técnicas de Capriles, proporciona un detallado estudio forense. Combinando y contrastando ambos materiales con textos periodísticos de la época uno puede hacerse una buena idea de lo que probablemente aconteció en Llojeta.
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El último día de Guzmán de Rojas comenzó aproximadamente a las 14:00 en su casa ubicada en la avenida Abdón Saavedra del barrio de Sopocachi. Aquel martes la modelo de nombre desconocido con la que se encontraba trabajando había faltado a su cita en el taller del pintor y éste se habría sobrexcitado violentamente, según consigna Capriles, llegando a amenazar a sus familiares con quitarse la vida mientras blandía la navaja que utilizaba para rasurarse. Se habría producido un enfrentamiento físico para despojarle del arma, hecho que refuta las versión periodística que apuntan a una “pequeña disputa familiar”. Luego del escándalo, el artista subió a su estudio para, a los pocos minutos, salir presuroso cargando, sin que nadie lo advirtiese, su revolver Sauer calibre 22. El relato de Capriles consigna enfáticamente que también “llevaba un paquete debajo del brazo”.
Por testigos se sabe que el pintor llegó al entonces parque forestal de Llojeta entre las 16:00 y las 16:30, se detuvo unos minutos en la tranquera de la hacienda de un coronel apellidado Vargas Bozo, y continuó su trayecto por delgados senderos de tierra. Capriles consigna, incluso, que una joven indígena lo habría visto tropezar con un matorral en su rápido andar, detalle que pudiese indicar tanto su estado nervioso como describir la topografía accidentada del escenario circundante.
Tras unos minutos de caminata Guzmán de Rojas arribó a un paraje alto desde donde podían contemplarse las níveas cumbres del Illimani. Escogiendo ese lugar para sellar su destino se habría detenido unos instantes y, tras apoyar su cuerpo contra un muro bajo de adobe, se abrió los botones del chaleco y la camisa para disparase a quemarropa en el pecho.
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De acuerdo a los reportes los dos disparos que el artista se infringió tenían trayectoria de arriba hacia abajo, ingresando por la tetilla izquierda y saliendo por el pulmón derecho. “Se justifica el segundo proyectil como efecto de una reacción nerviosa refleja inmediata, a consecuencia del primer disparo”, explica Capriles, mientras que el informe de Mariño plantea más bien que tras que el primer disparo “fallido” que no alcanzara a dañar ningún órgano vital, el artista mantuvo suficiente compostura física y mental para dispararse otro que “atravesó el contorno inferior de la tetilla, lesionó gravemente la base del pulmón e importantes vasos arteriales y venosos…”. Tras los dos destellos el cuerpo del artista cayó a la tierra, todavía con vida.
A los pocos minutos, y seguramente llamado por los estruendos de los disparos, un indígena llamado Tomás Plata encontró al artista tirado de espaldas con abundante sangre brotándole del pecho y de la boca pero todavía con vida. Mientras Plata fuese a buscar ayuda, Guzmán de Rojas habría alcanzado su acometido final hacia aproximadamente las 18:30 hrs.
Por la información de Mariño, se sabe que la muerte del artista fue seguramente lenta y dolorosa. El disparo que le perforó el pulmón izquierdo hizo que “en medio de bruscas contorsiones” se mordiese la lengua hasta hacerla sangrar. El líquido vital que brotaba de su boca, sumado a hondos y secos estertores, le causaron seguramente una agonía ciega.
El artista pasó sus últimos minutos Iluminado por el sol del ocaso y rodeado de un paisaje que había inspirado muchas de sus pinturas y dibujos ya desde su primera residencia en La Paz en 1919. De acuerdo a varias fuentes, solía visitar a menudo el valle de Llojeta, solo o en compañía, para contemplar el paisaje o para tomar apuntes con los cuales luego efectuaría alguna pintura. Le habían fascinado sus elevadas formaciones geológicas que quedarían plasmadas en varios de sus cuadros de diferentes periodos, especialmente en paisajes firmados en 1939 y 1940. Si, como decían ciertos rumores, había aprendido su “magia” de los indígenas, también es posible que acudiese al lugar a encontrarse con alguno de éstos o a realizar, en la soledad de la montaña, ciertos rituales.
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Se desconoce si la policía llegó al lugar la noche de ese 14 de febrero o al día siguiente en horas de la mañana. La identificación del cuerpo del artista es otro de los temas en los que distintas fuentes periodísticas entran en contradicciones. Unas señalan que en su vestimenta se encontraba bordado su nombre, otras que su cuerpo hubiera sido reconocido circunstancialmente recién al día siguiente por los vecinos de Sopocachi mientras era trasladado en una manta cargada por los indígenas. Sobre esta posible tardía identificación debe recordarse que, a pesar de la fama que gozaba entre las clases medias y altas de La Paz desde su regreso a Bolivia en 1929, Guzmán de Rojas no presentaba un aspecto físico particularmente distinguible para las grandes mayorías: de tez morena, corta estatura y complexión delgada, rasgos faciales angulosos, cabello hirsuto y barba lampiña, podía pasar por un mestizo urbano cualquiera, o, dada su directa ascendencia quechua, incluso, por un indígena bien ataviado.
Acaso por la importancia del personaje, se ordenó en días siguientes la realización de una investigación a profundidad sobre el hecho, tarea que fue encomendada a la División de Investigaciones de la Policía dirigida por Víctor Manuel del Castillo y su Gabinete Criminalístico en el que trabajaba el Dr. Mariño. Se realizaron reconstrucciones del suceso, toma de declaraciones de familiares, amigos y vecinos del artista y de los comunarios de la zona, se tomaron fotografías y se dibujaron planos y esquemas, algunos de los cuales se publicaron en la nota de Capriles. El informe firmado por Mariño consigna que tras estas indagaciones no quedó duda de una muerte auto infringida.
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Uno de los asuntos que sale a la luz en el relato periodístico de Capriles – y que quedaría grabado en la memoria colectiva como se ve en notas periodísticas publicadas en décadas posteriores – es el hallazgo de una tosca escultura femenina moldeada en arcilla a cierta distancia de donde el artista se había matado. De acuerdo al periodista, en el interior de esta se habría encontrado “una fotografía de mujer atravesada con un alfiler; cabellos negros y rubios”, habiéndose corroborado asimismo por la policía que este objeto habría sido llevado al lugar por Guzmán de Rojas al encontrarse en sus superficies sus huellas dactilares. Salvo una fotografía que se publicó en la nota de La Razón, no quedan mayores registros de “la muñeca” que se habría perdido de los archivos policiales en años subsecuentes. Aunque el informe de Mariño publicado en El Diario no refiere el extraño ítem, sí menciona que en uno de los bolsillos del artista se encontró un vetusto cuchillo de cocina que probablemente haya sido llevado al lugar con el propósito de enterrar algo.
Sobre este objeto, Capriles señala: “Se sabía que, absorbido por las prácticas de la magia, Guzmán de Rojas hacía pequeñas figuras de aquellas personas que le eran particularmente afectas o desafectas. Al salir de su casa en busca del descanso definitivo, quiso llevarse consigo la figura que representaba a la persona que entonces constituía el objeto obsesivo de su preocupación. No lo llevó hasta el lugar la muerte. Lo escondió, con la certidumbre de que nadie lo haría jamás, en aquella quebrada que encontró a su paso…”.
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