Entre Martín Boulocq y Wong Kar-Wai
Reynaldo J. González

Investigador en artes y artista
(Texto publicado en el periódico Opinión dentro del suplemento La Ramona Cultural)
Se cumplen 18 años del estreno de “Lo más bonito y mis mejores años”(2005), ópera prima del realizador cochabambino Martín Boulocq (1980). Se trata indudablemente de una de las películas bolivianas más importantes de lo que va del siglo XXI como queda demostrado por su inclusión en la lista de las 12 películas fundamentales del cine boliviano (UMSA, 2015), por la aparición constante de estudios dedicados a su análisis y su valoración y, sobre todo, por su ubicación entre los hitos inaugurales de un nuevo periodo en el cine boliviano, tanto por el uso de los formatos digitales como por su aproximación a imaginarios sociales correspondientes a generaciones más jóvenes.
Desde su aparición, las lecturas sobre el filme de Boulocq coincidieron en resaltar su dualidad entre un aparente carácter intimista y una aproximación codificada a cuestiones de orden social como un problemático arraigo/desapego al terruño y una constante sensación de encierro geográfico (expresada por Espinoza y Laguna con su clasificación como una “anti-road movie”). Como en la mayor parte de los trabajos sobre la producción artística nacional, estas lecturas efectuaron una aproximación quizás demasiado localista a la película omitiendo su inscripción en el contexto del cine de inicios del siglo XXI, ejercicio que lejos de limitarse a señalar posibles influencias y diálogos podría resultar muy útil para encontrar otros accesos al filme.

Al respecto debe considerarse que “Lo más bonito…” es una película de autor de un realizador debutante de apenas 23 años de edad. Este hecho implica, que se trataba de un proyecto “juvenil” (concepto del mismo director) probablemente sujeto en mayor medida a diversas influencias determinadas antes por la cinefilia de su autor que por una educación profesional en cine aún en ciernes a inicios de siglo. Asimismo debe tenerse en cuenta que, de acuerdo al mismo Boulocq, la película fue resultado de procesos creativos desarrollados junto a sus actores (Roberto Guilhon, Juan Pablo Milán y Alejandra Lanza) que derivaron en una realización de escritura-filmación simultáneas (“Rodar era como escribir, escribes, revisas y vuelves a escribir” (Morales, 2015)), es decir, de un modo de realización de carácter exploratorio y experimental quizás más susceptible a las influencias de otros cines.
Con estas consideraciones, quizás resulte útil señalar los posibles vínculos de la película cochabambina con el cine del realizador chino Wong Kar-Wai (1958), indudablemente uno de los cineastas más importantes de entre siglos por la acogida de su obra entre la crítica y los grandes públicos, especialmente si se piensa en títulos como “Chungking Express” (1994), “Happy together”(1997) e “In the mood for love” (2000). En efecto, las influencias del director radicado en Hong Kong sobre la primera película de Boulocq se hacen evidentes en diversos aspectos formales, pero quizás también se encuentren en otros vinculados a sus temas y discursos que son los más han llamado la atención de críticos y estudiosos.
Cabe mencionar que, de hecho, una de las primeras líneas de uno de los protagonistas de “Lo más bonito…”, Víctor – quien trabaja como encargado de un videoclub – está dedicada a la mención de una de las películas más icónicas de Kar-Wai, “Fallen Angels” (1995). A partir de esta pequeña referencia la identificación de los puntos de coincidencia entre el cine del chino y el del boliviano no parecen tan arbitrarias en marcas de estilo comunes como una fotografía quemada, encuadres no convencionales, una paleta fría de tonos azulados y verduscos y, quizás el más evidente, secuencias evanescentes dadas por una captación ralentizada del movimiento. Si se considera que Boulocq ejerció como director de fotografía y cámara de su película, y que la misma fue concebida originalmente en un conjunto de imágenes antes que por un guion completamente definido, estas confluencias estilísticas no pueden ser poco significativas.

Tampoco es menos importante en lo formal la recurrencia de una versión de la canción “Mi dolor” como leitmotiv de “Lo más bonito…”, misma que en su tono puede recordar los boleros característicos del cine de War-Kai, un fanático confeso de la música y la literatura latinoamericanas. No podría hacerse mayor énfasis en la importancia que tiene en la película sin señalar que ésta la inaugura y la cierra junto a la imagen de un puente destruido, estableciendo su tono melancólico y lánguido.
Quizás la relación formal más importante entre los cines de Boulocq y de Wong Kar-Wai sea, sin embargo, una narrativa fragmentaria y hasta cierto punto, tangencial y esquiva, que coincide con los temas de sus películas. Como ha sugerido la crítica, la trama de la película cochabambina parece desarrollarse en torno a una sensación de encierro corroborada por las imágenes simbólicas de un puente destruido y de un viejo automóvil cuya venta imposible equivale a la imposibilidad de emigrar. De ahí que su trama apenas se desarrolle realmente estando compuesta por episodios fragmentarios que revelan los caracteres de tres personajes “ensimismados, sin visión de futuro, con la migración como único horizonte” (Molina y Zapata, 2020) que parecen habitar, voluntariamente o no, un bucle de salida imposible.
Un tipo de narrativa similar es precisamente la que define, en última instancia, la cinematografía de Kar-Wai, abocada, no obstante, a otros tipos de encierro. En efecto, tras las relaciones (generalmente amorosas) de personajes igualmente solitarios, ensimismados y melancólicos, el cine del director chino equipara narrativas igualmente fragmentarias y confusas a cuestiones como el aislamiento en las grandes urbes, la incapacidad de aceptar el inexorable paso del tiempo, el carácter artificioso/engañoso de la memoria y relaciones enfermizas con sujetos fantasmagóricos. Recuérdese, por ejemplo, la importancia de las fechas de caducidad de unas latas de piña en “Chungking Express”, el “no tiempo” (el “Jianghu”) que habitan los personajes de “Ashes of time” (1994) atrapados por un pasado apenas inferido, las escenas cronológicamente alternadas y la sensación de melancolía de “In the mood for love” o finalmente, las diversas evocaciones del título de “2046”.

También resulta interesante el hecho de que “Lo más bonito…” y el cine de Kar-Wai parecen alternar diálogos simultáneos con públicos locales e universales. Si bien la película cochabambina puede verse desde la lejanía como un retrato generacional en un contexto específico, las evocaciones a cuestiones como la historia reciente de Bolivia y la intensidad del fenómeno de la migración a inicios del siglo XXI se hacen más que patentes para los espectadores locales. Pasa lo mismo con el cine de Kar-Wai que detrás del romanticismo altamente estetizado que cautiva a los públicos internacionales, esconde referencias muy precisas a hechos de la historia moderna de la China continental y Hong Kong, a las relaciones interculturales de una china tradicional con la modernidad occidental e incluso episodios propios de la vida del director como un migrante expulsado por la Revolución Cultural.
En este sentido, por fuera de las evidentes confluencias de estilo y sus narrativas fragmentarias, “Lo más bonito…” y el cine de Wong Kar-Wai comparten personajes solitarios, desarraigados y melancólicos, miradas problemáticas de un aquí y un ahora específicos, y acaso una visión posmoderna de desosiego o decepción del mundo que puede ser tan local como universal. El resultado es que la frase de “Happy Together” “Resulta que en todas partes la gente solitaria es la misma” pueda aplicarse a los chinos migrantes de aquella película como a los habitantes del cine de Boulocq.
Sobre este carácter universal también puede señalarse el hecho que, en comparación a otras películas bolivianas valoradas por la crítica, el primer filme de Boulocq no tuvo realmente un recorrido descollante en festivales, fenómeno quizás no tan relacionado con la incomprensión de los temas de fondo del filme, sino más bien con el hecho de no ser una película que represente la imagen esperada de Bolivia para públicos internacionales. Sin embargo, si de acuerdo a Víctor en relación al cine de Wong Kar-Wai “China no es sólo peleas”, la película de Boulocq tampoco deja de ser representativa de “lo boliviano” por no dedicarse a los lugares comunes de lo andino y las problemáticas sociales. En este sentido, “Lo más bonito…” parece lograr un equilibrio que todavía tiene muy pocos interlocutores en la producción cinematográfica local. Con todo, abrir la lectura de “Lo más bonito…” a su relacionamiento con otras cinematografías brinda nuevas posibilidades de interpretación de un filme cuya complejidad supera por mucho a la de la mayor parte del cine nacional. Sean estos ejercicios lecturas pertinentes o especulaciones arbitrarias, su posibilidad nos habla de una obra imperecedera y vigente a pesar del paso del tiempo, es decir, de un clásico.

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